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miércoles, 1 de julio de 2015

Mientras volvía en el micro de Swindon a Londres mi prima Valentina (con todas sus lindas letras) me mostró una entrevista a Florence Welch diciéndome "es como nosotras".
Ella no supo que encontraría una bella coincidencia además de sentirme identificada con cierta filosofía.
Aparentemente Florence tomó como inspiración para su último disco a Vali Myers. "Una artista bohemia que hacía pinturas basadas en canciones aborígenes" dijo de ella. Yo reconozco su nombre del hermoso capítulo sobre el hotel Chelsea en "Just Kids" donde Patti Smith relata su encuentro con la dueña del rostro y cuerpo de la tapa de "Love on The Left Bank", un libro de fotografías de Ed Van Der Elsken. Florence menciona los finos tatuajes que adornan el rostro de Vali, entre ellos un delicado bigote entre su nariz y sus labios. En mi cuarto, acá al lado de mi escritorio donde escribo, la tapa de "Love on the Left Bank" (una copia que encontré en Broadway Market cuando vine de paso a Londres antes de ir por primera vez al Glastonbury) descansa sobre la pared, siempre manteniendo presente esa punzante inspiración que me cambió la vida años atrás.
En esos años atrás también me tatué el rayito en la rodilla que Patti eligió en honor a Crazy Horse y su inquebrantable fuerza para seguir adelante. En esos años atrás elegí cambiar todo. Todo en mi presente, por el sueño de ver cosas nuevas. El comienzo de ese sueño también lo viví entre banderas y atardeceres, y volver a ese lugar siempre es cerrar un círculo. Ahora un círculo más. Tal vez lo sea siempre. 
Florence cantó sus canciones inspiradas en Vali Myers y yo pensé en mi prima y en mi hermana. Tenemos que ir a verla las tres, y cantar estos himnos de belleza y vida juntas. 
Se la veía fresca y niña como antes, como cuando la ví en esos videos que me convencieron de que tenía que ir alguna vez en mi vida al Glastonbury, y acá estaba yo, por tercera vez, y cuándo y cómo pasó esto???
Cuándo y cómo tanto tiempo? Cuándo y cómo tantas veces? Cuándo y cómo tantas cosas?
Mientras armábamos la carpa ciertos recuerdos de mi infancia me invadieron suavemente. El bosque, mis perros, la carpa naranja inundada de agua que quedaba siempre armada entre los árboles, lejos de la casa, donde jugábamos en invierno y en verano, siempre. A veces me olvido lo familiar que me es la naturaleza, dormir sobre el suelo, rodeada de bichos, sin lavarme el pelo, abrir la carpa al sentir calor, dejar entrar aire fresco, el olor a rocío por las mañanas (un recuerdo que mi hermana mencionó también como suyo) y saber que en realidad no se necesita nada, que el placer está en uno, y está en todo. 
Teníamos un colchón inflable que dejamos en Clapton. Sí, hizo un pequeño recorrido. De Wood Green a Clapton y ahí se quedó.
Iba a ocupar demasiado lugar dentro de la carpa y lo peor iba a ser cargarlo de ida y de vuelta. 
En cambio llevamos dos bolsas de dormir, dos aislantes y una frazada liviana.
No había dormido tan bien en meses.
Sin tener que levantarme a la madrugada para llegar a tiempo a un trabajo que no disfruto habieno dormido solo 4 horas porque lo que realmente disfruto me lleva mucho tiempo y las horas de sueño son para perderlas cuando estás vivo, si es necesario...
Ahora no era necesario. Dormir en la carpa fue cómodo, divertido, hermoso y por sobre todo, simple.
Simple entre nosotros y simple dentro de nuestro mundo.
Patrick estaba aterrado. Decía que era muy malo acampando y que tenía miedo de no disfrutar de esa parte de la experiencia. Pero eso no se notó mientras fuimos los únicos en preparar el suelo antes de plantar la carpa. Pasto seco a montones acolchonando el terreno. Del tamaño de un colchón doble donde antes de continuar con la preparación del camping, nos detuvimos a analizar si era lo suficiéntemente cómodo para dormir BIEN. No dejamos de agregar pasto hasta que esa respuesta fue indudablemente positiva. Nuestros vecinos nos observaban a media sonrisa. "Se están armando una cama para la carpa?" preguntó uno mientras amontonaba packs de cerveza en el suelo, que en unas horas ya estarían calientes e intomables. No los juzo. Eran amigables. Nos prestaron (regalaron) una estaca para la carpa porque se ve que de la última vez que acampamos en el bosque habíamos perdido una.
Nuestro ingenio no se limitó al colchón de pasto. Dos días atrás, durante el Wildfire Adventure Camp, alguien descartó dos sillas de camping plegables que probablemente no usaría a su vuelta a Londres. Me acuerdo de la vista de Patrick desarmando la carpa, en nuestro pequeño y perfecto lugar (debajo de una rama caída que cubría la carpa con hojas verdes protegiéndola del sol y de la lluvia) yo había ido a tirar una bolsa de basura cuando vi las dos sillas apolladitas sobre el tacho. Las levanté en el aire y le llamé la atención "Pat!". El levantó la vista y dijo "Sí".
Entonces cuando nuestro pequeño palacio estuvo listo, plegamos las sillas sobre el pasto y tomamos un par de las pocas cervezas que llevamos, antes de que estuvieran tibias... También nos pusimos protector solar, nos sacamos los zapatos y comimos mandarinas. 
Uno de nuestros vecinos copados (siempre recuerdo las primeras veces que leí sobre el Glastonbury, había un sonsejo en la página web que decía "hacete amigo de tus vecinos de camping y cuídense entre ustedes") nos dió dos planchas de papel metálico y broches de esos para colgar la ropa, para que cubriéramos el lado de la carpa que da a donde sale el sol a la mañana, para que pudiéramos dormir frescos. (En Glasto se acampa abajo del sol directo, sin árboles ni nada cerca, una carpa al lado de la otra, se convierten en hornos en pocas horas).
La gente seguía llegando. Los veíamos arrastrando toneladas de equipo sobre carritos. Melenas coloridas, remeras de bandas (sí, unas 200 de Joy Division), pibes, abuelos, familias, niños, borrachos, oficinistas, de todo. Desfilaban por los caminos que conducían a los distintos predios de camping. Nosotros encontramos el mejor. Se veía el faro de The Park en el horizonte, no muy alejado, y no había baños muy cerca por lo que no nos afectaría el mal olor. Teníamos stands de desayuno, lockers y agua a la vuelta del camino y del otro lado, el cerco, así que ninguna multitud invadiría nuestro espacio. No había más a dónde ir más allá de nuestra carpa. Sabíamos que nos estábamos salvando instantáneamente de despertarnos rodeados de un quilombo desagradable inevitable en los sectores más masivos como cerca de la Pirámide. Las sillas nos regalaron la posibilidad de disfrutar de momentos en nuestro pequeño radio de camping, cosa que nunca antes había disfrutado, cuando el único espacio para sentarme que había tenido, era entre los cierres de las dos capas de la carpa.
Eramos en realidad unos profesionales del camping. Todo por ese colchón de pasto y las dos sillas robadas. 
El sol quemaba.
El sol quemó todo el fin de semana. Solo llovió una noche y media mañana para que pudiéramos dar uso a nuestras botas de lluvia y patalear sobre el barro icónico del festival.
El día que fuí a comprar mi campera a prueba de agua (en un pequeño stand de ropa vintage cerca de la zona de Greenpeace, mi favorita) la señora que me vendió un piloto ochentoso fuccia me dijo "tiene que llover un poco al menos, es parte de esto."
Llovió y mi piloto fuccia no era a prueba de agua pero al menos tengo una foto colorida, abriendo los brazos así (?) entre carpas y nubes.
Para escapar de la multidud (también somos profesionales en escaparnos de las multitudes) nos fuimos derecho a Glasto Latino debajo de la lluvia, con la certeza de que al llegar tendríamos un techo y un lugar seco donde sentarnos. Me saqué el piloto trucho y comimos comida brasilera y un choripán. Me compré 2 ponchos por £5, uno transparente y uno azul que terminé regalándoselo a un chico en medio del pogo de The Vaccines. También me compré unos aritos rollingas con piedritas de lapiz lazuli aumentando la hippeada que se eleva a muy altas potencias por esos pagos. 
The Vaccines fue divertido y juvenil. Pero Melody Calling trajo a mi mente un vinilo, una casa, una pelea, mucho tiempo atrás que de golpe se convirtió en mucho tiempo desde ese punto hacia adelante y me pegó en la cara como una zapatilla en medio del pogo. Pero dulce melodía la de Melody Calling, siempre en mi corazón como parte del soundtrack que me cambió la vida.

La primera vez que ví esa vista, con o sin dolor, ya no me acuerdo, de cosas sino de sentimientos, ni siquiera eso, sino de conceptos, de algo que significa algo, y eso significó todo, y significa todo esto, lo que pasa ahora, nació de ese cielo.
(Y pensar que la vez que The Vaccines tocó Melody Calling lo hizo en el escenario de William´s Green, y no se veían ni cielo ni banderas)
Pero todo se conecta con todo.

Pasado, Presente, Patti Smith, el Dalai Lama, Castellano, Inglés, Poesía, Allen Ginsberg, Valentina, Vali Myers.

Hasta mi abuela estaba ahí. Una mujer sentada en el pasto enseñaba a hacer brazaletes con antiguos tenedores de plata. Le hubiera hecho uno a mi abuela, ahora me arrepiento, de no haberme sentado un rato, a moldear la plata y mandárselo de regalo.
Pero te pensé abuela, te pensé como mucho amor.

Porque es tan difícil explicarle a alguien que solo va al Glastonbury a aspirar laughing gas, que tantas cosas confluyen en esas mañanas frescas en las que realmente se puede disfrutar de un café y leer un libro es silencio. Porque hay silencio aunque la música nunca pare. Y hay libros, y hay café y hay inspiración. Hay tiempo.

Había llevado conmigo "Generation X" pero cuando pisé Somerset quise leer a Allen. Caminamos buscando la carpa donde vendían esos hermosos libros el año pasado. Y la encontramos. Y lo encontramos a Allen también.
Compramos dos libros, uno para cada uno, "The Book of Martrydom and Artifice: First Journals and Poems" (que da título a este diario) y "The Beat Book" con recopilaciones de distintos miembros del movimiento literario y una introducción por Allen Ginsberg. 
Cuando volví a leer esa conversación entre Allen y Lucien Carr en Columbia, a la mañana siguiente, una hermosa inspiración me invadió de ganas de hacer cosas y de vivir la vida y de ser artista y de ser arte.
Y a Allen lo extraño como a un padre, como si lo hubiera amado alguna vez muy muy intensamente, como si le amara el alma.
El dice al desafiar a Carr a que pruebe su sentencia absoluta de "yo existo": "prove it. point by point with reason. with logic. you can prove it with love alone."
Qué increíble que alguien tan enamorado del pensamiento considere que es aceptable que algunas cosas solo se puedan probar con amor. Sobre todo algo tan cuestionable como la propia existencia. Y sea satisfactorio el sostener "yo amo por ende existo"?.
Sobrenatural, ser superior, me llena de algo que no entiendo pero que amo.

Entonces miré al cielo. Y saqué una foto. Y sí, pensé, que todo es hermoso.
Y mi Glastonbury ahora, con un libro de Allen en la mano, era circularmente perfecto.

Estábamos sentados en el pasto esperando que empezara la presentación de Wilko Johnson, previa a la proyección del documental de Julien Temple sobre un año de su vida. Le mostré a Patrick unos pasajes del diario de Allen, y la conversación con Lucien Carr. Habíamos pasado la mañana separados. El, tal vez, leyendo a Bolaño, y yo con Allen en mi predilecta Tiny Tea Tent, con un te chai y una carrot cake...

Wilko, energético y punk, ametralló con su guitarra al público que lo apaludía y festejaba con entusiasmo, ofreciéndole también miradas de respeto y admiración. Ahora curado de un cancer terminal, pasa los ultimos años de su vida aun sobre el escenario, como lo hubiera hecho si esos 18 meses hubieran sido efectivamente, los últimos que le quedaban.

Eso mismo cuenta la película dirigida por Julien Temple, que antes de la proyección se sentó con Wilko a responder algunas preguntas. Sostenía una lata de cerveza en la mano, y de esa misma muñeca, colgaban otras dos latas, cerradas y aún enganchadas a la protección del pack de plástico. Alcohol y Rock & Roll, Julien Temple quiere ser cool a toda costa, pero lo verdaderamente cool, es el amor por la vida de Wilko Johnson, que no se basa en experiencias ni lecciones complicadas, sino en las más simples de las revelaciones. Mirar a los árboles contrastar con la luz del cielo. Ver vida.
Entonces no a la quimioterapia. Música por el resto de los días que queden...
La falta de tacto de Julien Temple dio fruto a un retrato honesto y deshinibido de ese año en que Wilko Johnson vivió amigado con la muerte hasta que supo que enrealidad, no iba a morir tan pronto. 
Una enorme cicatriz en el medio de su estómago en primer plano: "me sacaron un tumor del tamaño de una sandía" dijo a la cámara levantándose la camisa.
Que inevitable pensar en mi papá. Su cáncer. El hospital. El aceptar o no que la muerte existe. Que ya llega. Que los planes son inútiles. Que no hay opción. 
También pensé otra vez en esos rollos que tiré a la basura. Qué cicatrices y marcas me privé de ver de mi papá?. Dejo el morbo de lado, no es morbo, es verdad. Nuestros cuerpos se deterioran, se acaban. Qué sé yo de la vida o de morir?
Se que estoy viva aunque no se si existo. Se que tengo dos hermanos que amo con locura. Se que somos 3 almas libres. Se que al arte me hace respirar. Que respiro arte. Que el arte nos respira.
Miro al cielo, tal vez nubes, tal vez banderas, manos, música, estoy viva.

Esto es.
Este choque entre lo que importa y lo que lo dispara.
Esto es lo especial.

No tengo que decir nada más ya.
Encontré las pocas palabras.
Esas que a veces encuentro en pasajes de poemas de Allen, que dicen todo, de todo lo que me cambia, de toda su vida larga, de todo el Universo enorme, de todo el tiempo, toda la historia.
"he wept a big tear" y entendió todo.

Patrick dijo que no me veía las lágrimas, que tenía toda la cara mojada como si acabara de salir de una piscina. Me lo dijo riéndose. Esque todo en eso era bueno.

El día que nos íbamos ya no teníamos batería en los celulares ni alarmas que nos pudieran despertar a tiempo para tomar el micro que salía a las 8 de la mañana de vuelta a Swindon. Nos estábamos yendo a dormir a las 3 de la madrugada y nos teníamos que despertar a las 6 y media para desarmar la carpa, empacar y caminar media hora hasta la puerta donde esperaban los micros. 
Teníamos dos opciones: perder el micro ante la chance de despertarnos demasiado tarde... pero improvisar y buscar otra solución mañana a la mañana. 
La segunda opción fue escribir unos carteles y pegarlos alrededor de la carpa: "si son más de las 6 y media por favor despertanos! no más bateria! gracias!".

A la mañana siguiente, me desperté al sentir que alguien agitaba el techo de nuestra carpa. 
"Son las 6 y media!" gritó el extraño y se alejó inmediatamente. "Gracias!" alcancé a gritarle y él a lo lejos contestó "de nada".

Al pie: Podría describir la brisa moviéndome el pelo mientras bailaba en una tarde calurosa las canciones de Future Islands. O la emoción con que Patti y su banda tocaron en la Pirámide, haberla visto ya 4 veces supera cualquier expectativa que tuve esa tarde en que compramos entradas para Shepherds Bush Empire desde el barrio de Caballito. O que me enamoré por unos minutos del chico que toca la armónica en King Lizard and the Gizzard Wizard mientras inauguraban un día soleado en The Park, antes de que Pussy Riot invitara a la revolución desde el techo de una camioneta rusa. O que La Femme hizo bailar a todos con sus pasitos a lo B52 y su insolencia parisina. O que La Roux sonó a pop cliché, y que FFS tocó los hits de Franz Ferdinand que solía cantar con Tam en el aula de 4to año, y que Sparks la rompió, cegando esa imagen de tipos raros que tienen al desayunar en el restaurant del hotel donde trabajo. Podría enumerar la cantidad de cafés y tés que tomamos durante el fin de semana, la excelente comida, el frío, el viento, la música de fondo que nunca se apagaba del todo, y que se convirtió en un zumbido hermoso, un colchón de sonido, un recuerdo latente. Podría hablar del cambio en la mente, de las sonrisas de la gente, de la belleza que exterioriza el estar bien por dentro. Ay cómo no podía dejar de fotografiar a esos chicos a los que les brillaban los ojos de lágrimas, de sueño, de drogas, de purpurina, de lasers, de sol.

Budismo, arte, personas, palabras, pogo, olvidarse, de todo, un mundo aparte, de golpe no hay nada, más que esto, y cuando volves a Londres, no se habla, de nada, más que del Glastonbury, y hay, las hay, razones. Inexplicables. 






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