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domingo, 5 de abril de 2015

Llovia. 
Yo lloré, y dormí. 
Después me puse un vestido, me hice rulos, y me fui a ver una banda a The Lexington. 
El cielo estaba despejado y azul casi turquesa. 
Ya se veian algunas estrellas. 
Otra vez estoy en uno de esos momentos irrepetibles que solo está pasando acá y ahora. 
Un maniquí vestido de espejos explota en reflejos plateados y las luces rosas y azules reflejan la purpurina que se va desprendiendo de la cara del guitarrista a medida que se hace más y más caliente el escenario. 
No puedo ni bailar, ni sacarme las manos de los bolsillos, y siento la expresión entumecida de mi cara al no poder siquiera pensar en nada. 
Ellos tocan varios instrumentos a la vez y cantan con los ojos cerrados y a veces se miran y sonríen. Yo no puedo creer lo que estoy viendo y cada sonido me invade turbulentamente. 
El amor en cada golpe al piso el ritmo es invasivo y las melodías adictivas. 
No quiero que termine nunca, quiero vivir acá, dormir acá, estar parade acá en estas canciones hasta que el mundo se disuelva. 
Quiero traer a toda la gente que amo y que se paren acá y vean algo espectacular. 
No podrían ni bailar de la belleza. 
Por momentos el silencio se adueña de The Lexington. 
No se escucha ni una respiración. 
Por largos segundos no se escucha ni una respiración y de golpe un pedal, una cuerda, pero la gente no respira así escucha más. 
Así se traga más toda esta música. 
"Música" como algo inmenso, 
"música" como si la palabra por si sola llevara connotado todo este peso aplastante de poder. "Música" como si alguna palabra pudiera describir lo que pasó hoy en The Lexington.

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