Mientras entraba en el túnel del subte para ir a trabajar, me crucé a un chico con una remera azul que en letras blancas grandes y perfectamente legibles, decía: "There are no ordinary moments." Recordé mi día de ayer, uno más de esta semana de 6 días de trabajo y uno libre. Durante mi recreo de una hora Arturs me llamó para concretar una sesión de fotos con su banda cerrando fecha para la próxima semana. Me comí una manzana caminando por Shoreditch que había robado de la cocina pocos minutos antes de irme. Volví al trabajo 15 minutos antes y me senté sobre una cama nueva jamás usada a que se hicieran las 4 de la tarde. Ahi estaba yo, en medio de una habitación de hotel de 5 estrellas a estrenar en el centro de Londres. Trabajo en un edificio que aún no terminó de construirse, tiene una forma muy surrealista, completamente vidriado y de fachada, un vertice pronunciado que al observarlo no se entiende si es hacia adentro o hacia afuera. A veces mientras estoy trabajando puedo ver a la gente pararse en la vereda a mirarlo, lo señalan (nos señalan) y se miran entre ellos extrañados, interrogantes. Patrick me escribió desde alguna ciudad de la que jamás oí hablar. Estaba con sus amigos y compartían un alfajor havana que le había dado hace 2 días, después de haberme juntado a cenar con Juan en vísperas de elecciones. No son días ordinarios acá en Inglaterra, y se siente incluso a través de las paredes de este hotel. A medida que la diferencia de votos entre el partido Laborista y el Conservador aumentaba, nosotros dormíamos en Clapton. Patrick estaba intranquilo, preocupado, decepcionado, frustrado, indignado, qué más puedo decir? No alcanzan las palabras para su tristeza. Porque nunca lo viví de la misma forma, tal vez no puedo seleccionar una... Sigo camino al trabajo. Agridulzura de tiempos extraordinarios. Mientras la vida te sacude no te olvides que te sigue sacudiendo. Porque sigue. Te sigue sacudiendo. Aunque ya del mareo solo puedas ver quietud en el horizonte. Nada se detuvo en realidad.