Recent Posts

jueves, 5 de marzo de 2015

Por qué las cosas más maravillosas me cuesta ponerlas en palabras? Por qué me cuesta sentarme a escribir las crónicas de las más inolvidables aventuras? El viaje a Margate ya fue hace semanas y todavía no escribí nada sobre esas pocomasde24 horas road-movie-kind-of viajecito. (Ya estoy escribiendo como si en el lenguaje español no hubieran suficientes palabras para decir lo que uno quiere entonces uno se inventa palabras compuestas de pequeñas palabras unidas por guiones, como hacen en inglés).
Entonces soy un extraño? me preguntó mientras caminábamos por Mánchester (frío, helado, llovía, yo tenía fiebre, pero caminábamos por Manchester). La misma persona que sonríe al reconocerse en mis textos con la ayuda del google translate, la de la piedra de Kerouac, o la nieve en Shacklewell Arms, o el diálogo con Tony Wilson.
Y si... un extraño... como todos son extraños acá para mí. Me dijo que era divertido eso de Londres, eso de conocer gente nueva todo el tiempo. Le dije que yo ya estaba aburrida. Llovía tanto. La lluvia me entraba por los bordes de mis botitas nuevas pero al menos tenía varios pares de medias en la mochila, como él me había recomendado.
Ya durante toda la semana había mostrado su faceta de organizador exaltado un poco obse. Había preparado listas sobre las posibles cosas que podía mostrarme en su ciudad natal, todo tipo de actividades como para estar preparado para cualquier estado de ánimo. Yo estaba con mis desastres usuales de tiempo y espacio: principio de gripe, última semana laboral, próximo viaje al otro lado del mundo, y plenos preparativos para uno de los proyectos más impensados de mi vida.
No solo eso. Tampoco había dormido la noche anterior al viaje ni funcionaba mi celular, por lo que debíamos acordar un punto de encuentro exacto (en medio de la enorme estación de Euston) o arruinar el fin de semana en un segundo por no estar acostumbrados a los encuentros incomunicados.
Pero nada de eso. Subí las escaleras mecánicas para llegar lo antes posible al patio de comidas de la estación y ahí estaba él, con su campera gigante verde y los auriculares puestos, mirando las pantallas que anunciaban las salidas de los trenes. Yo llegué agitada como si hubiera algún problema y él me miraba sin entender. Me ofreció jugo de naranja.
Y así algunas horas después de un hermoso viaje en tren, algunas horas después de un documental que me hizo hablar de mi viejo, del arte y de todo, así unas horas después estábamos en frío y desolado Manchester.
Buscando singles en la primer tienda de vinilos que cruzamos en una fría y silenciosa mañana de Domingo en Manchester. Almorzamos sopa en The Soup Kitchen. El lugar olía a cerveza de la noche anterior. Olor a antro. En cada lugar de Manchester, no importa si es cafetería, disquería, restaurant u hotel, todo huele a antro.
Caminábamos y yo seguía sus pasos. Porque como si yo lo estuviera llevando por Saavedra, él me mostraba su barrio. Hablábamos sobre música y yo no podía evitar imaginarme años atrás mientras fantaseaba con visitar esta ciudad como si fuera un destino imaginario. Pocas cosas son imaginarias a esta altura, el mundo se volvió un lugar "posible". Mientras caminábamos podía escuchar en mi cabeza la canción que escribió hace unas semanas sobre una chica, una misión suicida y olor a explosivos. Una gran canción. Una canción adictiva. Este mundo musical hermoso, no dejo de reencontrarme con su belleza.
La lluvia nos hizo abandonar planes, replantearnos el cronograma y buscar refugios secos. Entonces fuimos de gira de bar en bar, Norther Quarter y demases, perdiéndonos en su falta de orientación e ignorando el frío punzante de la tormenta. Llovía como cuando llueve en Buenos Aires. Como cuando llueve en serio en Buenos Aires. Parados debajo de un techito veíamos la lluvia caer como baldasos de agua desde el cielo, y yo saqué 3 fotos con mi cámara descartable. Estábamos en Manchester.


0 comentarios:

Publicar un comentario