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martes, 24 de febrero de 2015

Miro las fotos que sacamos desde el 2013 y no puedo creer que en 2 años quepan tantas cosas. Me abruma la sensación de estar explotando físicamente al contener tantas incontables experiencias, y no estar completamente segura de recordarlas todas.
Ya no recuerdo cuántas cosas hice por primera vez. Lucho contra la única e inútil acción de llorar porque ni siquiera escribir podría abarcar tanto espacio vivido. Pero escribo.
En menos de 20 días vuelvo a Buenos Aires por primera vez. Tengo miedos y tengo deseos.
Siento que tengo 100 años más y que nadie va a reconocerme.
Como Evey en el supermercado cuando se encuentra con su antigua compañera de trabajo. "one day I was in a market and a friend, someone I'd worked with at the BTN, got in line behind me. I was so nervous that when the cashier asked me for my money, I dropped it. My friend picked it up and handed it to me. She looked at me right in the eyes... didn't recognize me."
Y no recuerdo quién era yo antes, ni en qué cambié. Pero no puedo ser la misma después de haber cruzado canal de la mancha debajo del agua, durmiendo en un colectivo estacionado dentro de un container con mi amiga Letoniana en el asiento de al lado, sus medias amarillas y su pelo rubio tapándole la cara. No puedo ser la misma después de reconocer los cerezos florecidos como el final del Invierno en Inglaterra, que jamás pasa por Primavera o un real Verano. Pero el Invierno huele a canela entonces si no huele a canela será algo más cálido que el invierno, nada más. No seré la misma después de escuchar tantos chicos cantar las canciones de Joy Division en un sótano, cada día, cada noche, cada fin de semana, momento liberador que me recuerda dónde estoy y por qué quise venir. Y aunque cambie el tiempo, la vida, las realidades, están esas canciones, que son eternas. Esos momentos eternos. No seré la misma después de darme cuenta que ya no necesito abrigarme cuando hace más de 16 grados y que puedo ir sola a cualquier lado. Que puedo dormir en casa de extraños, que puedo confiar en desconocidos, y que siempre va a haber alguien al lado a quién consultarle una duda, o expresarle algún miedo. No seré la misma después de reconocer las diferencias culturales de los Latinoamericanos con los Europeos, y que esto me haya hecho más latinoamericana con los europeos de lo que lo fui toda la vida en Latinoamerica. 
Porque el sangrar de las emociones es distinta, y ya no quiero curarme.
Ya no seré la misma después de sentirme especialmente orgullosa de mi transparencia y haberle dicho a alguien que me recomendó lo contrario "I don't think it's a weakness, I think it's a strength"
Me he sentido culpable por mis propios fracasos, y eso está bien. Y así de culpable, renuncio a todo lo que me hace mal, y me hecho la culpa de los saltos al vacío y de los cambios que siempre me hicieron más feliz.
No seré la misma después de los viajes en tren, después de las recetas familiares que me fueron regaladas, que llegaron de todas partes del mundo a mis cuadernos.
No seré la misma después de las infinitas expresiones en distintos idiomas, que se me pegan, que me molestan, que entiendo, que escucho a mi alrededor.
No seré la misma después de haber intentado abrirme a personas superficiales que nunca me supieron leer, y después de haberme cerrado a personas que me tomaron un cariño inmenso. Hay un mundo de contactos ahí afuera, que en estos dos años creció descontroladamente, y a veces le miro la cara a alguien y me pregunto si en un par de años lo volveré a reconocer o recordaré su nombre.
Mi mayor miedo ahora se convirtió en la falta de contacto, en la superficialidad de las relaciones, en la escasez de verdadero amor.
Pero en este tiempo aprendí a decir las cosas por su nombre, a dejar que la poesía exprese sin velo, a que las palabras libres salgan sin restricciones. Y en el camino encontré gente que dijo cosas como ésta: "Don't be scared of bring corny. I hope the universe is listening to you".
Entre mis cámaras y mis flores hay una piedra que esa misma persona agarró de la orilla del río cerca de donde Kerouac pasó su juventud. Quien también me contó historias sobre la música de Manchester en una noche en que afuera, en la vereda, nevaba.
Entonces ya no seré la misma después de esto. Después de tomar una quilmes en la vereda brindando por mi renuncia a un trabajo que me lo dio todo, y me lo quitó también.
No seré la misma después de ver a los bohemios del Soho defender sus altares subterráneos o los artistas de Hackney Wick con sus estudios abiertos al mundo y al corto verano, y las cervezas a toda hora y la gente cantando por la calle y los libros a centavos en venta en la vereda.
No seré la misma después de haber viajados por las autopistas de Londres cebando mate, en el lado equivocados del acompañante.
No seré la misma después de haber dormido en una carpa durante 5 días sin bañarme, música de mañana a la noche, lo haría toda la vida, ahora sé que lo haría toda la vida.
Flores en el pelo y purpurina en los cachetes. Música y barro por todos lados. Ya nunca seré la misma.
Después de viajar en tren por encima del turbulentamente hermoso gris Este de Londres. Después de haber entrado a conciertos sin pagar, después de robar panes de una panadería a la madrugada, después de mandar mails con locuras que después de materializan, de la nada, no podría ser nunca de la nada, pero ya no se explicar cómo, se materializan, y yo nunca seré la misma.
Después de haber escuchado tanto y tan claramente a mis sueños, y haber dicho, "sí, te sigo".
Nunca seré la misma después de las inmensas dudas que me invaden muchas veces, porque cuando la burbuja se pincha, la vida es igual de compleja en donde sea.
No seré la misma después de cansarme de viajar en avión. Ni tampoco después de darme cuenta que siempre voy a llorar cuando mire las nubes por la pequeña ventanilla, es que nunca me olvido que soy libre. Y eso siempre me hace llorar.
Nunca seré la misma después de caminar por el Thames con mi hermana tomando café, y viendo a los zorros dormir en el pasto. Nunca seré la misma después de Waterlilies de Monet, en mi cara.
Nunca seré la misma después de haber viajado a París solo para ver a Robert crecer tanto tanto como artista, y en las puertas del Grand Palais, su omnipresencia.
Hacer y amar, amar y hacer.
Nada más por nada más.
Nunca seré la misma después de aprender que ser exitoso no es algo material.
Después de entender que mi éxito será juzgado de acuerdo a cuánto amé y cuánto hice. No cuánto gané por hacer. Que mis héroes son sencillos, apasionados y creativos. Ni millonarios, ni poderosos.
No seré la misma después de ver a Dean Chalkley manchar con café sus cuadernos. No seré la misma después de haber pasado esa noche en ese bar de pescadores sobre el mar. Nunca seré la misma después de ese mensaje de texto que con su pequeño impulso poderoso me invitó a un viaje de película.
Con seguridad nunca seré la misma después de las historias que Salli me contó sobre su adolescencia en Australia, ni de haber presenciado como se enamoró de ese italiano que no pronunciaba ni una palabra en inglés, y se fueron juntos, y ya no los ví más. Pero yo nunca seré la misma.
Después de verlo a Arturs sonreír y decir "hi" detrás de las columnas de Quaglino's, ni de observar riéndome en silencio sus pantalones que, al quedarle cortos, siempre dejaban ver sus tobillos.
Nunca seré la misma después de haber ido a buscar a mi mamá al aeropuerto cuando me vino a visitar por primera vez. O después de haber viajado a España para reencontrarme con una gran parte de mi familia. Cantar canciones en el cumpleaños de mi abuela, Martín tocando la guitarra y el karaoke a full en youtube, Vilma Palma y demás bizarreadas. (Los amo familia.)
Nunca seré la misma después de ver a Patti leer poesía en un pequeño teatro y sonreír después de rockearla en cada canción.
Nunca seré la misma después de las tardes junto al fuego en The Lion, las búsquedas de tesoros en Lucky 7, las infinitas sopas de Lydia's Cafe. Nunca seré la misma después de mirar el tráfico de Green Lanes desde el balcón de Jonathan, ese balcón es eterno en mí.
Y la lluvia con sol. Y London Fields lleno de humo y oliendo a salchicha asada. Y Broadway Market, la comida persa, y los libros de arte.
Nunca seré la misma después de verme desde afuera pegada contra la valla sacando fotos sin parar cuando a los demás fotógrafos les alcanza con las 3 permitidas primeras canciones. Y yo pienso, "soy la única que tiene una cantidad limitada de fotos, y la única que no se aburre de sacar".
Pero ya no seré la misma. Porque se que lo que hago lo hago con amor. Y lo que no amo no tengo por qué hacerlo. Y acá en la calle hay un mural gigante que dice "Love what you do" y otro al doblar la equina que dice "Do what you love".

Te extraño Buenos Aires. Extraño las hojas en otoño sobre tus terrazas, lo extraño tanto. Y el olor del sol que se filtra entre las persianas y cae sobre la alfombra. De solo pensar en el perfume del aire que voy a sentir cuando ponga un pie en Ezeiza me hace doler los huesos. Y el recuerdo del sonido de las voces al unísono cantando una canción de Charly me asesina. Extraño tus veredas y tus colectivos viejos con asientos que me hacen transpirar las piernas en verano, y extraño la salida del cine y la vuelta a casa por las calles con mamá. Extraño las dificultades que nos hacen volar más alto cuando nos animamos a despegar. Y te amo con locura. Con ese desgarro del que mi tía tanto reniega, pero yo no voy a perder nunca.
Te veo pronto.






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