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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Nos pasamos algunas horas caminando por las calles de Amsterdam fantaseando con encontrar un par de máscaras del rey Guillermo Alejandro y Maxima, la argentina, reina de Holanda para mandarle una foto a nuestras familias.
Nos reíamos los dos solos de nuestra estúpida ocurrencia, pero llegábamos tarde a nuestro vuelvo de vuelta a Londres, y no volvimos a encontrar un negocio que vendiera las máscaras.
Las habíamos visto la noche anterior, cuando volvíamos al hotel de haber visto Menace Beach en un sótano ambientado con vitrales de iglesia que desplegaban imágenes satánicas y eróticas en placas de vidrio coloreado.
Yo me sentía mal, arrastrando 3 semanas de cansancio acumulado y como siempre, cuando el cuerpo entiende que se puede relajar, que puede sentirse mal, que puede quejarse, se queja.
Entonces dejamos el chiste de las máscaras para el día siguiente, pero ese día siguiente se fue como en minutos.
Tomamos un café con su hermana, almorzamos en un restaurant tradicional, y cuando nos dimos cuenta, había que volver a buscar el equipaje y correr al aeropuerto.
A veces estar despreocupado no es síntoma de que no haya por qué estarlo.
Perdimos el vuelo. Por algunas varias razones que se fusionaron entre sí para convertirse en el solo hecho de que, eso, perdimos el vuelo.
Yo mantuve siempre la misma sonrisa imborrable que probablemente se había tornado, para Frank, molesta. Nada me afectaba y cuando él empezó a estresarse, yo solo seguí sonriendo.
Que no pasa nada, que tomamos el siguiente, que es solo dinero, que ya no hay nada que hacer.
Frank fruncía la frente sin poder evitarlo. Seguía erguido derechito como siempre, alto y hermoso, pero ahora enojado, de mal humor, refunfuñando.
Y yo, debo admitir, que solo ocupé mi tiempo en imaginarnos en toda clase de situaciones estresantes, que en mi cabeza, solo simbolizaban un futuro con él. Con todo lo que eso implica. Suspiros de mal humor, corridas de desorganización, voces engrosadas de enojo. Pero entonces yo le sonreía a su mala fortuna (bueno, nuestra mala fortuna), porque eso indicaba que acá, en esto, estamos juntos. Y sería estúpido esperar que para siempre, eternamente, vivamos en una línea de coincidencias positivas, momentos placenteros, anécdotas vacacionales de ocio y descanso. No.
-Alguna vez perdiste un avión?
-No, nunca
-Yo tampoco. Siempre hay una primera vez para todo, no?
Sí. seguí sonriendo. Me paré en puntas de pie y le besé fuerte la mejilla. El seguía con la vista fija en el horizonte porque mirarme a los ojos sería caer también en la sonrisa, entonces se mantenía alto, mirando hacia adelante sin emitir más que ruidos de disgusto pero aceptando los besos como si fueran al menos, una leve señal de paz.

Antes de aterrizar el sol empezó a esconderse detrás de la enorme masa de nubes espesas que amenazaban con una pronta tormenta, pero que esperaban calmas el momento exacto, todavía no, todavía no llegaba la tormenta, primero el atardecer rojo, con el sol tan poco brillante, pero intenso, que se podía distinguir su contorno perfectamente circular. Un círculo definido y cercano, casi podíamos tocarlo, parecía asomarse solo para nosotros, un atardecer privado que nos miraba a nosotros, dentro del avión, pegados a la ventanilla. Alejé mi cara del vidrio para mirarlo a Frank que se apoyaba en mi hombro para poder también apreciar un pedacito del atardecer que se desplegaba afuera como una obra de arte. Estaba naranja, hasta los ojos, o el brillo de sus ojos, naranja. Me miró. Me dijo que nunca había visto nada igual y volvió a mirar para afuera después de decirme que yo también estaba naranja.
Creí notar que estaba llorando. Volví a mirar hacia afuera. Nos movíamos y se movían las nubes, y a veces el sol se tapaba, y justo antes de volver a destaparse, todo se tornaba rosado por algunos segundos, hasta que, al descubrirse el sol nuevamente, la luz lo arrasaba todo, todo naranja.
La masa de nubes que lo abarcaba todo a nuestro alrededor, parecía la superficie de un extraño planeta en el que estábamos entrando. No sabíamos si íbamos a caminar sobre ella, o nadar en esa superficie a veces aparentemente líquida, pero era otro mundo definitivamente.
No recuerdo si fue ahí en el cielo, o después, que le dije, que todo es increíblemente perfecto.





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