Una casa, casi una casa chorizo, una noche de verano, una despedida? no me acuerdo por qué estábamos todos ahí, pero guitarreaban ellos, y otros tarareaban, y el estribillo de esta canción la sabían muchos, y antes de subir a la terraza, él me miró de cerca y cantó bajito "hay tantas cosas yo solo preciso dos, mi guitarra y vos, mi guitarra y vos".
Me acuerdo muy bien del calor de esa noche y de ese segundo en que sentí que de ahí saltábamos al mundo. Yo estaba perdidamente enamorada de su perfil. Sabía que su guitarra estaba en el living, y que yo acá (ahí) parada en el patio de su casa, no nos faltaba nada a ninguno, porque yo solo necesitaba una. Vos.
Me refugié en esa certeza por un segundo. Cuando esa única cosa necesaria está, es bonito amar con tanta locura.
Pero no, no saltamos al mundo esa noche, y yo sí quería saltar.
Entonces dijimos adiós, o un incierto hasta luego, y tal vez un año más tarde, en otra noche de verano, la escuché por primera vez cantar a Silvina Moreno.
Fue en un Sofar Sounds Buenos Aires. Ella en ese momento vivía afuera, en Nueva York, en Londres, no me acuerdo, y le cantó con tanta fuerza a su necesidad de volver, al dolor de partir otra vez, al amor intenso que ahora la dividía. Era tan libre, y a la vez, dolía tan profundamente estar lejos. Elegía estar ahí pero cada vez que volvía a subirse al avión para dejar Buenos Aires otra vez, una dulce punzada de dificultad la atravesaba.
Yo la escuché a Silvina y supe, pensé "así me voy a sentir cuando me vaya de acá".
Y sí, es así.
A veces mi piel extraña la brisa de una noche de verano, como una bocanada de aire imposible de dar, sin la cual no se respira del todo.
Y sin esa brisa, falta también, acaso, el oxígeno que daba ese amor tan absoluto.
Para mí ahora Buenos Aires es una reducción hermosa que consta de pocas cosas.
Noches de verano. Música. Amar simple y absolutamente.
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