A veces cuando Nico me negaba la mirada, iba a Clissold Park y me escondía en la corteza de sus árboles. Solía leer a Bolaño y escribir poemas. Invocaba para que ese tiempo pasara. Para que al otro día vengamos al parque y hagamos un picnic juntos. Pero nunca hicimos un picnic en Clissold Park. Era verano y una ola de calor arrasaba con Londres. Me derretía como me había estado derritiendo en Marbella. Ahora estoy otra vez sentada en Clissold Park. Pero mirando hacia la calle. Los autos pasan del otro lado de la reja. No puedo mirar al parque. Hoy me preguntaron si me arrepiento de un solo segundo de estos dos años y yo, apurada y optimista, siempre contesto que no. Todos somos profesionales en ignorar esos recuerdos pesados y, para que no pesen más, los dejamos ahí atrás donde es difícil acceder. No me arrepiento de ni un solo segundo porque esos momentos no entran en la ecuación. Las lágrimas no caen, están al borde de los párpados, balanceándose y solo el viento amaga a liberarlas. Pero no. A veces siento que me voy a quedar acá sentada hasta que aparezcas y nos miremos sin decir nada.