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jueves, 29 de enero de 2015

Después de pasar un día duro en el laburo al lado del guardarropas muriéndome de frío, con ese vestido horrible y desabrigado que me hacen usar (dorado, y me queda chico en el culo entonces se me frunce en la panza) salí del restaurant con dolor de cabeza, de ojos y de oídos, con fiebre y mal humor y la pregunta ya desesperada de "qué hago acá?!

En vez de irme a casa a dormir me tomé el colectivo y fui directo a Shacklewell Arms. Lo único que podía salvar mi día era una cerveza y un poco de música a todo volúmen.
Mientras pasaba parada tras parada, entre dormida y mirando el paisaje desde el colectivo, me imaginaba a mí misma ahí relajando todo el cuerpo hacia el barullo, el escenario como un altar sagrado "al fin puedo respirar" pensaba en mi visión.
Llovía y era uno de los días más fríos del año, así que las cuadras desde la parada al bar sería la última tortura que tendría que soportar en el día.
Entonces sentada en mi mesa, con una cerveza y unas papas fritas con sal de romero (mejores que las del casino) miré hacia afuera y a traves de las ventanas sucias de Shacklewell Arms, vi la lluvia convertirse en partículas blancas livianas, que luego de mantenerse suspendidas en el aire, entre ellas desordenadas, se acercaban al piso y se fundían con el asfalto.
Dudé de lo qe veía y al mismo tiempo lo reconocí porque ya lo había visto antes. El momento exacto en que comienza a nevar. Me acerqué a la ventana y aún era imposible asegurarlo. Tuve unas inmensas ganas de tocarle el hombro al de al lado y decirle "look! it's snowing!" pero recordé que tal vez para esa persona no habían pasado tantos años desde la última vez que vio la nieve.
Segundos más tarde era insidcutible. Una chica pasó por la vereda y su gorro negro se llenó de puntos blancos. Segundos después de eso, como todo lo que empieza en Londres, paró.

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