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martes, 21 de octubre de 2014

Sobre años atrás

Recuerdo el sonido de tu llave en la puerta de metal que anunciaba tu llegada. Esa casa, recuerdo tanto esa casa. Caminar descalza sobre el cemento, siempre me pedías que no caminara descalza, pero yo siempre lo hacía, caminaba y con los pies sentía el polvo como el del galpón de mi papá, entre el hierro, la madera, las herramientas, los tornillos caídos, metales oxidados, rastros del otoño porteño, hojas amarillas y rojas que llegaban desde tu terraza. Una porción de cielo abierto. Recuerdo el olor de ese patio, de los días en que llovía y las persianas casi bajas golpeaban los bordes de las ventanas y era el mejor sonido para dormir cuando no era ni noche ni día.
Recuerdo haberme duchado en tu baño mientras vos cocinabas. Solía extenderlo hasta que vos me llamabas avisando que estaba lista la cena. Recuerdo el eco de tu voz en esa casa, desde el baño con el sonido del agua rebotando en la loza blanca, sobre tu voz. Yo nunca estaba lista aunque siempre al entrar al baño prometía estarlo antes de que terminaras de cocinar.
Mientras cenábamos se me secaba el pelo. El pelo mojado sobre mi espalda. El frío en invierno. El frío de tu casa inmensa de Barracas. Y a veces me bañaba pero vos todavía no estabas. Entonces ponía la música tan fuerte que podía escucharla desde el baño mientras esperaba que llegaras. Con tus manos negras de trabajar y tus venas de Miguel Ángel y tus ojos simples que solo buscaban verme a mí al abrir la puerta.
Recuerdo tanto haber estado sola en esa casa. Dormir sola en esa cama mientras los autos pasaban por al lado de la ventana e iluminaban la pared de tu cuarto que en destellos de luz se podía ver el empapelado de otro tiempo. Y aunque me dejabas sola, prendías tu vela de mar y siempre había olor a fuego en ese cuarto. Olor a vela y olor a fósforo.
La música venía del living, siempre un poco lejana, y ahora hay canciones que ensanchan las paredes de mi habitación y empujan el techo hacia arriba y siento ese espacio envolvente de casa vieja y enorme y vacía.
Son las 3 de la mañana y recuerdo entonces ahora, que a veces intentaba dormirme pero tu ausencia me generaba un insomnio silencioso y eterno, y cuando finalmente llegabas, yo cerraba los ojos y te dejaba creer que me despertabas solo para un beso.
El cuarto permanecía a oscuras pero recuerdo ver desde la cama, la luz del living encenderse, el sonido de las llaves, esta vez cayendo despacio sobre la mesa, no las volverías a agarrar hasta la mañana siguiente. El click otra vez, oscuridad absoluta más que la luz de la vela azul sobre tu cómoda. Esa casa. La lluvia caía sobre las chapas del techo. El piso del patio mojado y con algunos charcos que no tardaban en evaporarse. Y algunos días, el perfume de tu ropa recién lavada se mezclaba con el olor a ciudad con árboles. Una soga atravesaba el patio con tu ropa perfectamente acomodada a lo largo. Siempre me hacía reír esa obsesión tuya, pero nunca noté lo mundano de esos momentos que se clavarían como un tatuaje en mi memoria.
Porque es lo más mundano lo que no puedo buscar en otro lado, lo que jamás seré capaz de recrear, lo más valioso del espacio que ocupa una experiencia es todo el espacio que no ocupa.
Yo escucho la música y lo único que siento es el espacio vacío de esa casa que me rodeaba cuando estaba sola esperándote. Espacio vacío. Tal vez sea el silencio de esta madrugada en desvelo. Tal vez este vacío me recuerda al vacío.

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