Recent Posts

sábado, 6 de septiembre de 2014

Este departamento fue como un personaje más de mi viaje. Porque tiene nombre propio. Porque fue refugio como lo es un amigo. Porque estuvo siempre ahí accesible y conocido cuando todo era extraño. Se fue amoldando a nosotros sin dificultad hasta convertirse en nosotros, hasta ser como un tatuaje, esa imagen que habla sobre vos, que te representa. Nuestras postales, recolectadas en cada pedacito de mundo que fuimos conociendo a lo largo de este año, adornaban las paredes. Y cada vez eran más, y cada vez más viajes y más experiencias, pero siempre volver a esa base, que por amor fue hogar.
Acá, aventureros del mundo tuvieron donde dormir, donde lavar su ropa, donde cocinar su cena de centavos. Acá extranjeros probaron mate, dulce de leche, choripanes, alfajores de maicena, mate cocido, vacío al horno, empanadas y cumbia villera.
Acá hablamos nuestro idioma cuando ya no había más energía para adaptarnos a uno nuevo. Y hablamos nuestro idioma cuando la falsedad nos agobiaba sin darnos cuenta, y hablamos nuestro idioma cuando no sabíamos reírnos en otro.
Acá pude decirle a mi hermana que viniera a Londres aunque no tuviera donde quedarse. Sentadas en el sillón donde ella durmió durante un par de meses, tuvimos charlas que nos sanaron el alma en muchos sentidos. Y a veces nos tomábamos juntas el colectivo para ir a trabajar, y no parábamos de hablar sentadas en el asiento de arriba, adelante de todo, sobrevolando la ciudad.
No fue la única que durmió en nuestro glorioso sillón rojo de 3 cuerpos.
Recuerdo nuestra primera experiencia haciendo couchsurfing, aceptamos el pedido de una chica lituana que necesitaba un lugar donde quedarse por una semana... Nos dijo que parecía que teníamos mucha experiencia en couchsurfing. Cuando llegó le ofrecimos la ducha, una toalla, un par de almohadas, una frazada y un té. Había desayunos ricos todas las mañanas y ella recuerda con mucho cariño el olor a canela por haber vivido el auge de mi obsesión por las tortas de zanahoria. La semana se transformó en un mes. Juntas fuimos por primera vez a Lydia's Cafe, lugar al que volví numerosas veces para volver a pedir la sopa de zanahoria, lentejas y tomate. La mejor que probé hasta ahora. Mamá, Pali, Nico, Maija, Arturs y Tam pueden dar fé de lo genial que es esa sopa. Sylvia se enamoró del barrio y solo dejó nuestra casa para convertirse en nuestra vecina. Con ella, su novio de Berlín, Jona y Pedro, pasamos navidad en casa, celebración que se trasladó al ya mítico y favorito The Lion. Uno de los pubs más geniales que conozco en Londres hasta ahora. Está a solo 1 minuto de casa y en invierno tiene una estufa a leña al lado de unos increíbles sillones de cuero donde podés tirarte a tomar una pinta. La primera vez que entré sonaba Joy Division.
Acá cumplimos por primera vez nuestro sueño de elegir el color para las paredes del living, y pintamos un enorme pizarrón negro en la cocina para escribir las recetas que íbamos aprendiendo. Acá se desarrollaron nuestras raíces con la ciudad. Los impuestos, las cartas, la cuenta del banco, el seguro médico, todo se fue conectando con esta dirección.
"Yo vivo acá a la vuelta" le dije al capo que vende vinilos en Lucky Seven cuando me lo crucé en la verdulería y me dijo que me reconocía del barrio. "Yes, you are local" me dijo, cuando mi amiga le contó que ella venía de Argentina y a mí me miró como si yo no pudiera ser turista.
Voy a extrañar esas calles en las que me sentí segura día y noche cada vez que volvía de trabajar, con música sonando en mis oídos y el cuerpo tan cansado, era tal el alivio de llegar. Y es especial esa sensación acá. Es tan inmensa la calma de un día largo de trabajo acompañado de la libertad y la certeza de que estás solo con todos tus sueños al hombro.
Voy a extrañar la niebla sobre Albion Road mientras esperaba el colectivo y los cerezos floreciendo al final del invierno. Voy a extrañar el olor al romero silvestre que crece en la iglesa St. Mary's y el falso atajo por Clissold Park para tomar el 141. Nunca fue atajo, pero la excusa de caminar por el parque es suficiente para elegir ese camino.
Voy a extrañar nuestro ventanal escrito en blanco y los cambios del sol a través de él.
El día que murió Lou Reed, Nico estaba solo en casa y dibujó un retrato suyo en la ventana. Hasta ahora cuando cerrábamos la cortina, la cara de Lou Reed se reflejaba en las paredes como una luz suave. Dejamos los dibujos ahí. Me pregunto cuan poco pueden significar para los nuevos inquilinos.
Pero ellos no saben de los amigos que pasaron por esa casa. De las bienvenidas que dimos con esa ventana, y las cenas que compartimos en la minúscula mesa del living. No saben que acá nunca había silencio, que la música era constante. No saben que prendíamos velas en muchos rincones, algunas con olor a vainilla, otras a frambuesa, y así todo formaba parte de nuestro gran altar.
Me acuerdo de Marina y Lucy durmiendo en los colchones inflables, y Naida aprendiendo a tocar "Hey Joe" en la guitarra de Nico. Me acuerdo de Maija cocinándome su sopa especial cuando estuve enferma, 2 chicas suecas bailando pasitos populares al ritmo de Virus. Me acuerdo de los adornitos que trajo Vir para colaborar con la decoración y Luis sentado en el piso con la espalda apoyada en el sillón, le gustaba sentarse ahí y espiar a ver qué película estábamos viendo o compartir unas birras charlando de la vida.
Invitábamos a todos a casa con orgullo y ternura.
Cuando el clima se puso cálido, desayunábamos en el pequeño balconcito viendo pasar los autos y empezando el día a pura creatividad y proyectos. Nunca me voy a olvidar que las primeras ideas para mi guión nacieron en ese balcón. Y las primeras plantas que ví vivir, vivieron primero en esa ventana. Que yo entraba a la casa, y no importaba el día, me daban ganas de fotografiar.
Hay fotos de esa ventana con sol, de noche, lloviendo, nublado, atardeceres, mañanas, siempre, hermosa.
Y no importaba si el sol se estaba yendo o estaba llegando. Teníamos del primer al último rayito.
Lavanda en frasquitos, recibir paquetes de ebay para el vecino, ver la ventana del cuarto donde se hospedaba mamá desde el balcón de entrada. Bajar a The Kauri tree por un poco de buen café, o el off licence que siempre estaba abierto para salvarnos de un antojo de chocolate con pasas. El bidón de leche fresca por £1.20 y el negocio de comida orgánico del que nunca pudimos comprar nada porque era para los chetos del barrio. La cheese cake de La Duchesse que fue el hallazgo de Pali. Ese chico todavía me pregunta por mi hermana cada vez que me ve. Ir y volver por Church Street. La calle más hermosa de todo Londres. Y no me corrijan! Lo es. Lo es al atardecer, o en un día nublado, o en pleno verano, o muerta de frío escuchando Edward Sharpe & The Magnetic Zeroes. No faltaban ganas para ir a comprar azúcar si faltaba, porque total había que ir por Church St. Te acompaño así no te aburrís en el camino? -no te preocupes tengo que ir por Church St. Eso de no salir porque hace frío? Caminar por Church Street con mi tapado barato en los días más fríos del año, son de los recuerdos más lindos del pasado invierno.
No puedo más que agradecer al Universo por este pedacito de espacio incondicional. Donde hablamos en las paredes, donde crecimos sin darnos cuenta, donde cambiamos nuestra vida tanto, cambió tanto. Ahora se que el hogar no es uno solo, ni es físico, pero no se de qué depende. Es misterioso el mundo y lo que nos hace sentir.
Nos vamos y esto jamás será lo mismo. Podemos volver al barrio pero, igual es un adiós para siempre.
Te amé 25 Barrie House. ♥
Gracias.

0 comentarios:

Publicar un comentario