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lunes, 18 de agosto de 2014

Toda la noche sintiéndome tan grande, tan libre. Caminando al lado del río con mi hermana. Dos horas caminando con el viento en el pelo, tomando té, y hablando de todo. Y los zorros dormían sobre el pasto recién cortado. Y las luces azules y blancas brillaban como estrellas entre los árboles. Nos acordábamos de cuando esta ciudad existía solo en figuritas para nosotras. Una foto. Incluso habiendo estado ahí, solo una foto y ahora, el asfalto, los semáforos, la brisa, los colores del amanecer, la temperatura del aire, el verano que no dura, y los sueños, los sueños. Unas cervezas y unas cidras con mi amiga a la que le brillan los ojos. Mientras me habla intento descubrir qué tiene en la piel, en la cara, pero son sus ojos así que brillan. Vuelvo a casa y mientras camino por las calles desiertas, frías, ceno medio paquete de bastones de madalenas con chocolate. Después, mientras me tomo un vaso de agua en la cocina antes de irme a acostar, miro la luna y me siento tan pequeña, tan lejos, diminuta, desde allá, misterioso universo, tanto más grande que estas rutinas que me llenan de inmensidad.

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