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miércoles, 13 de agosto de 2014
Publicado por
Pony
Fuimos con Maija a ver la exposición de Robert al Tate Modern. De alguna forma Maija hizo que conectara finalmente con su obra. Su forma de observar y apreciar el arte, tomarse su tiempo frente a la foto, en silencio, me hizo ver cosas que jamas antes habia visto. Entonces entendi que la obra de Robert es transparente y es él. Es su entorno, su gente, sus miedos, sus experiencias sexuales, sus contradicciones religiosas, sus luchas internas con preconceptos de su infancia, su enfermedad, su muerte cercana y su muerte final. Y su presencia eterna. Volví a llorar frente a la misma foto que me hizo llorar en Paris cuando terminaba la monumental exposición en el Grand Palais. Su cara está sobre un fondo negro, desenfocada, parece un fantasma, pero su mano, en primer plano, sostiene un bastón con una calavera negra en la punta. Su mano es presencia. Puedo hasta sentir el ruido que hace el bastón sobre el piso, anunciando que está entre nosotros, para siempre. Que ha vencido a la muerte. Que en esos días, en el '88, él sabía lo que venía, y sabía que ya le había ganado, que nadie se llevaría sus manos de este mundo. Que había creado, y eso es para siempre. Inmediatamente al lado, una foto de sus ojos. Un autorretrato del brillo de sus ojos claros y sus cejas viejas y finas y grises. Maija caminaba a mi derecha, y yo no podía avanzar hasta que ella se moviera y ella no se movía nunca. Me obligaba a quedarme ahí mirándole el brillo de sus ojos vivos. Y a veces cuando estaba a punto de volver a llorar, Maija me miraba a mí, igual que como miraba las fotos expuestas, y después volvía a la foto, y recién ahí avanzaba, recién ahí nos dejaba avanzar.
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