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sábado, 7 de junio de 2014

Sobre la ingenuidad y la angustia. Creo que fui ingenua toda la vida. Muchas veces me pregunto cómo hago para cruzarme por la vida tanta gente que termina traicionándome. Así como me rodea gente hermosa, también tengo varias anécdotas de amistades interrumpidas por la deshonestidad y la falta de interés. Saben lo que es el mal de ojo? Muchas veces sufro de dolores de cabeza, cansancio, falta de apetito, náuseas… Y alguien me dice “tenés que cuidarte más, vos confias en cualquiera Sofi…” La realidad es que no voy por el mundo con la atención agudizada y la armadura para protegerme de nadie, como si nada pudiera lastimarme, como si en el mundo no hubiera peligros que también pueden afectarme a mí. Soy ciega a estos males que solo enfrento cuando afectan a otros, o cuando el mal que me hacen a mí ya es tan profundo que es imposible ignorar. Si hay algo en lo que no confío ciegamente, es en la información. Religión, medicina, política, ciencia. Cuando un tema me importa o me toca de alguna forma, pregunto, cuestiono y dudo. Y desde hace unos días no dejo de recordar momentos que me acompañaron toda mi vida. Con lágrimas en los ojos me acuerdo de nuestra casa en Bariloche, que nunca estuvo terminada pero mi Papá había planeado un sector del terreno donde jugaríamos al futbol todos los domingos. Aunque nunca hubo pasto, ni 2 arcos, todos los domingos jugábamos al futbol en ese sector donde solo había tierra, mientras él preparaba un asado, mamá la ensalada, y las perras corrían atrás de la pelota y no nos dejaban jugar bien. A veces nos dividíamos en equipos y jugábamos también con mamá y papá. Y me acuerdo uno de los Mundiales que veíamos los partidos en el salón de arriba, todos sentados en la cama con las espaldas apoyadas en la pared, y comíamos bizcochos de grasa y tomábamos mate. Me acuerdo haber visto algunos partidos en el salón de actos del colegio, en la pantalla gigante que en general se usaba para proyecciones de power point, cientos de alumnos gritando y cantando y agitando banderas y hasta cornetas y papelitos llevábamos. Después del partido volvíamos a clase, pero todo se interrumpía si Argentina estaba jugando. De más grande asados con amigos, nos juntábamos todos en la casa de uno, y lo mirábamos amontonados en un quincho. Otros recuerdos incluyen despertarme a la madrugada para ver un partido que justo caía en un horario insólito porque en el otro lado del Mundo era casi el medio día. Ayer Maija me dijo, “me gusta ver hombres llorando y abrazándose”. Todavía me duele un poquito la panza cuando revivo la imagen de Cambiasso llorando luego de haber errado el penal en el Mundial 2006. He llorado mirando la pantalla, he llorado abrazando a mis amigos, he llorado en el obelisco, he llorado con las publicidades de Quilmes, he llorado viviendo lejos de casa y extrañando esa pasión característica que en parte nos hace Argentinos. Y esperaba con ansias vivirlo desde acá, con mi grupete Argentino, tal vez ir a un pub, y ver los partidos y hacer más ruido que todos los ingleses de todo Londres juntos. Pero ya no voy a ver este Mundial. Porque la gente no importa en realidad. Porque el Mundial es la máscara bonita que tapa una enorme máquina, manejada por gente poderosa que poco le importa el futbol y las pasiones. Y toda la gente que se compró la tele nueva para ver el Mundial, y toda la gente que se sienta frente a ella, enamorada de esa pasión por un deporte que nos une un poquitito, una vez cada cuatro años, hace posible que esa máquina funcione. Lo que está pasando en Brasil desde que comenzaron los preparativos para este Mundial, es de una inhumanidad inaceptable. Y es una evidencia poderosa de cómo funcionan las cosas en Latinoamérica y en todo el mundo. Problemas que el país sufre desde hace años, como los miles y miles de personas que viven en la calle, se intenta resolver ahora, a las apuradas, para evitar mala reputación. Yo no voy a repetir información que anda circulando porque todos tenemos acceso a ellas y no puedo determinar con exactitud cual es verdadera y cal es exageración y cual es mala prensa. Porque si hay algo en lo que no confío en este mundo, es en la información. Pero tengo amigos en Brasil que cuentan que es triste y angustiante la situación que se vive en las calles, la represión policial, los desalojos y la violencia. Ya sean heridas mortales, o psicológicas, o físicas, si no puedo cambiar ese sistema al menos no lo voy a respaldar. Maija me dijo una cosa más ayer que me hizo pensar. La gente cree que el cambio es una revolución, pero los cambios son procesos lentos, que mientras van ocurriendo casi no se perciben. No voy a ver el Mundial. Y aunque mucha gente me diga, pero qué ganas con dejar de verlo? O a quién le importa si lo ves o no?, yo solo se que soy yo misma, y si el cambio está en mí puede estar en otros, y si está en otros, tal vez esté en todos. Y no me refiero a no ver el Mundial, me refiero a no ser parte de la máquina, de la forma que encuentre cada uno para dejar de serlo.

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