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domingo, 30 de agosto de 2015

La última vez que nos vimos le dije que me había enamorado.
Que finalmente había encontrado a alguien con quien sentía todo eso, y no necesitaba nadie ni nada más.
Me miró con ojos sonrientes de "te lo merecés".
Tal vez por eso, ahora, un mes después, quise volver a verlo.
En esta ciudad tan grande, tan llena de gente, es fácil hablar con él. Es fácil tomar cerveza con él.
Domingo a la noche. Ya casi todo está cerrado.
Fui a buscarlo a su bar. El bar estaba cerrado, pero él abrió la puerta, entré, y la volvió a cerrar con llave detrás mío.
Al lado del río en Londres, la gente camina por las calles, una de las últimas noches cálidas que este verano va a ofrecer. No entiendo cómo estoy en este bar vacío, iluminado, con todas las luces de seguridad encendidas.
Me esperaba con una pinta llena reposando en la barra. Él se sirvió un vaso de vino tinto.
Nos sentamos en la oficina.
Monitores que transmitían imágenes de las cámaras de seguridad. Luz blanca, plana, intensa.
Las ventanas abiertas, ruido a silencio, a alarma activada, a espacio deshabitado.
Me preguntó por Marruecos y le conté sobre España. También sobre nuestros planes de pasar mi cumpleaños en Holanda, y mi etapa de transición laboral.
"Yo creo en vos" me dijo mirando a la nada.
A veces me siento de otro mundo. De un mundo que no es el suyo, pero que de alguna manera conoce y aprecia. Y me ve a mí trinfando en él.
Tiene los ojos calmos, siempre los tiene así, llenos de calma. Son grises como el mar en un día nublado. Siempre me acuerdo cuando me dijo que yo los tenía negros y yo le dije "no, mirá bien, son marrones"
Estábamos comiendo pizza en un bar de mala muerte en el Soho.
Entonces le quedó, la imagen de barato, de barrio, de desarreglado, de informal, un poco alcohólico, encantador como el tanguero que te habla en lunfardo, así de galán, pelo con los ojos grises y un acento de Europa central.
Sí, le dije que estaba enamorada y él ya no supo cómo hablarme. Me tocó las rodillas, le dije que no lo hiciera, se disculpó y planificó una hora inmediata para que esta cita terminara.
Por qué me llamaste? me preguntó.
Entonces el silencio que en realidad duró un segundo, en mí se hizo eterno, y yo pensé, que él fue la primer experiencia intensa que tuve en Londres.
Pasábamos días enteros mirándonos a través del piso del restaurant. Rozándonos los codos al cruzarnos en la escalera. Cuando le hablaba de cerca, él apoyaba una mano en mi cintura, y me miraba como si me estuviera escuchando, pero no. Nunca me escuchaba. Solo me miraba y me tocaba, tanto como me podía tocar, y me miraba.
Y así el tiempo. Y ási Londres. Y así noches largas,
Pronto se va a las montañas polacas, no a escribir poesía como yo anhelo en Tanger, sino a caminar más que nada. Quién sabe qué será de su futuro... No está enamorado ni de su trabajo, ni de su vida. Toma vino tinto sentado en la oficina del bar donde él es el jefe. Y esta ciudad qué tiene para nosotros?
Esto.
Estas charlas extrañas con los bichitos zumbando en la luz de los monitores, y mirarnos a los ojos y recordar la electricidad.
Una vez le escribí en un papelito "electricity is all that matters". Se lo dí. Lo leyó, pero estoy segura de que no entendió lo que significaba.
Uno de esos días, yo tabajaba muy cerca de la puerta de entrada, y entraba una fría brisa invernal londinense. Me dio su bufanda azul. Y la usé hasta respirarle todo el perfume. Inventé excusas para no tener que sacármela.
Mientras él tomaba su copa de vino y fumaba, yo recordé estas cosas.
Hace 2 años que nos conocemos, y este tiempo eléctrico pasó muy fugazmente.
Nunca fue el momento correcto, y él me confesó que a veces se pregunta, cómo hubiera sido compartir más tiempo. Estar más cerca.
Ahora ya no importa.
Lo llamé porque luego de todas las veces que nos esquivamos, y de todas las veces que aprovechamos el vernos por casualidad, finalmente un poco nos conocemos. Un poco nos queremos.
Y en esos ojos me sentí cuidada. Sentí que si era lo mejor para mí, entonces él lo prefería así.
Y sí es lo mejor.
Agarré mi ceclular cuando él se fue a la barra a recargar su copa de vino, y mandé un mensaje.
"I love you"
No estaba ahí para nada más que para eso.
Una charla cerca del río. Unos ojos conocidos. El tiempo que se extiende desde que llegué acá.
Sigo siendo la misma, y él me vio antes que nadie. Después de que me dejaran de ver, él me vio primero. Y así volví a ser yo. Tal vez.
Creo que nunca supo esa historia. Y probablemente sea una parte de pasado que él no va a conocer.
Nos fuimos. Salimos con bolsas de papel cargadas de comida que había sobrado en el bar. Lo que quedaba de las bebidas en vasos de plástico. Nos sentamos en la vereda hasta terminarlas.
Nos reimos tanto, de chistes que solo nos hacen reír a nosotros.
Caminamos al subte. Me llevé una bolsa conmigo. Dejamos las demás en la vereda, y a mitad de camino mi vaso de plástico sobre alguna pared que ya no puedo visualizar.
Al llegar a la estación, cada uno se fue por una línea distinta.

Londres...
Había dos chicos sentados sobre la baranda de la cinta mecánica, dejándose llevar en dirección al andén. Me senté en el primer vagón del tren. En frente mío habían 3 amigas negras hablando a los gritos, especialmente una que le contaba una anécdota a las demás, cargada de detalles gráficos e insultos, muy entusiasmada, alzaba la voz y gesticulaba. Al llegar a la siguiente estación, el conductor del tren entró en nuestro vagón y le pidió a la chica que por favor bajara la voz, que había niños en el tren. La chica le dijo de mala manera "está bien, perdón, ahora andate" y el hombre le volvió a explicar de forma calmada que solo le estaba pidiendo que bajara un poco el volúmen de su voz. La chica se tomó muy a pecho que el hombre le volviera a pedir lo mismo una segunda vez, incluso cuando, aunque de mala manera, ella ya había aceptado el pedido. El conductor volvió a su asiento y continuó el recorrido.
La chica estaba indignada. Siguió gritando, ahora aún más, y le preguntaba a sus amigas cómo podía ser que el hombre le haya pedido lo mismo dos veces? Por qué no había aceptado sus disculpas la primera vez? por qué tenia que ponerla en evidencia delante de todos? por qué si ella había sido educada él la trataba como si no lo hubiera sido? y ási fueron pasando las estaciones, y ella cada vez gritaba más, y sus amigas asentían con la cabeza como si supieran que la única forma de callarla era dándole la razón, pero no, ella seguía, cada vez más enojada con el conductor por haberla acusado injustamente de ser grosera.
El conductor volvió a entrar en el vagón y le dijo que la seguía escuchando, que por favor bajara la voz, y la chica enfureció. Le dijo que estaba siendo racista, entonces él le dijo "soy irlandés, cómo puedo ser racista?" y ella se puso peor y continuó peleando: "mi madre es irlandesa, qué tiene eso que ver? estas siendo racista". El conductor volvió a bajarse del vagón y se dispuso a conducir el tren.
La chica no paraba de hablar-gritar. El comentario sobre ser irlandés empeoró todo. Creo que en algún momento la chica olvidó el contexto y le preguntaba a sus amigas cómo había sido capaz de mencionar que él era irlandés? si ella también era irlandesa, que por ser negra él no creía que podía tener sangre irlandesa?
Ay dios mío... los demás pasajeros mirabamos el piso, porque al cruzar las miradas entre nosotros no podíamos más que reír de los nervios o de complicidad. En la siguiente estación el conductor volvió a bajarse y la chica lo acusó de racista, pero salió del tren cuando un empleado de seguridad se acercó a ver qué pasaba. El conductor volvió a encender el tren y continuó el viaje. Esta vez se escuchaba su voz por los parlantes: "Estimados pasajeros, quiero pedirles disculpas por lo ocurrido, realmente no estaba siendo racista, solo quería ser educado, pero esta mujer no paraba de gritar y de insultar. Lamento mucho la situación. Espero que no me hayan malinterpretado y no piensen que he sido racista. No fue esa mi intención..."
Los demás pasajeros nos mirábamos atónitos, discutiendo un poco lo que habíamos visto, liberando las risitas contenidas durante el extenso desahogo de esta mujer enojada. El mensaje del conductor nos conomocionó. Entonces un chico que estaba sentado con su novia, arrancó un papel de su libreta y dijo, "voy a dejar por escrito que el conductor no ha sido racista, y mis datos por si alguien necesita contactarme como testigo." (Es algo muy serio si un conductor es acusado por ser racista con un pasajero). Entonces yo dije que si él escribía eso, yo lo firmaba también. Me dejó el papel y la lapicera pero ellos ya debían bajarse. Me encargó que le entregara el papel al conductor.
Los demás pasajeros firmaron el papel que en rojo y con letra desprolija, decía "The driver was not racist". El conductor volvió a aparecer para disulparse en persona. Le entregamos el papel. Cuando continuamos por una parada más, un hombre inglés de unos 50 años dijo: "esta es la situación más generosa que he visto en un subte".

Me bajé del tren. Ya casi empezaba a llover. Cuando llegué a casa abrí la bolsa de papel. Había 4 tortas de chocolate.

Ahora llueve. Son casi las 2 de la mañana.

Londres, te amo hasta Buenos Aire ida y vuelta-

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