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domingo, 9 de agosto de 2015

Hoy hace calor en Londres. Por primera vez este año sentí ese olor en el aire del día que llegué. Las corrientes de aire en los túneles del subte son las únicas capaces de aliviar un poco el inesperado e intenso, abrupto y corto verano.
Nunca voy a olvidarme de esa ola de calor que nos recibió al bajar del avión en Gatwick. La semana que viene vuelvo a ese aeropuerto para ir a veranear con parte de mi familia querida. Más verano más intenso me espera en Marbella. Por alguna razón estoy ansiosa por ese corto viaje en tren. Alguien que va a extrañarme por 8 días decidió acompañarme y verme partir.
Anoche fue el cumple de Ceci. Lo festejamos frente a su amado río Lea. En medio de Hackney Wick con los murales y sus muralistas que llegan hasta los techos y le agregan color a los ladrillos de la zona. Sin previo aviso como suele pasar en esta ciudad tan loca, en una hora estábamos en la casa de unos desconocidos, haciendo guerra de karaoke desafinando los clásicos de Queen y tomando naranja con vodka en vasos descartables. Un juego de twister en el piso, la ruleta sobre la mesita del "living" (entre comillas porque los ambientes de las warehouses no son equivalentes a nada) había un pizarrón donde de habían organizado los turnos para alimentar y sacar a pasear al perro, y notitas en las heladeras y platos para lavar en la pileta y algunos ya casi durmiendo y otros a full con el karaoke. Varios argentinos juntos esta noche. Hablamos de comida y de música y cantamos toda la noche. Y los últimos dos adictos al micrófono no pararon hasta terminar el disco de canciones de Abba sentados ya en el piso de madera, parecía que se iban a quedar dormidos al lado del piano antiguo que decoraba el salón, ahí tirados después de tanto cantar. Eran las 4 de la mañana y nos dio hambre. Solo quedábamos 5 de las casi 20 personas que pasaron por esa casa. Mati (que nos conocimos ese día después de hablar en varias oportunidades durante mucho tiempo) hirvió salchichas alemanas e hizo panchos con pan árabe que encontró en el freezer, seguramente de alguno de sus compañeros de piso. De postre comimos espárragos de un bowl de vidrio y contemplamos las botellas vacías de montepulciano que descansaban sobre la mesa.
Las milanesas son argentinas y punto. Sobre todo la milanesa a la napolitana.
Aguante todo. El amor, el vodka con naranja, los hits de queen, el barbudo que desafinaba, las lucecitas que decoraban el pequeño piano, el twister, el gato negro, la puerta abierta del galpón que da a la calle, que no hace falta cerrarla, las dos horas que me tardó volver a mi casa, el amanecer desde el Bus rojo, dormir hasta el medio día, trabajar y un día más en Londres.

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